sábado, 18 de julio de 2009

LA CONTIENDA VERBAL DE LA EUTANASIA

Algunos partidarios de la eutanasia afirman que. “la eutanasia debería ser considerada una cuestión de opción, así como los médicos tienen directivas y protocolos para seguir. La eutanasia no debería ser el derecho de cada uno, basado en sus creencias religiosas, entorno cultural, o su pasado, o su forma de crianza. Eso no significa necesariamente que sea mala para todos.”[1]

Las discusiones en torno de la eutanasia frecuentemente, se desenvuelven en una montaña de acusaciones emocionales, esgrimiendo cargos tales como que los más vulnerables de los seres humanos son víctimas de los militantes de la eutanasia, mientras que sus familiares deben combatir los asaltos antivida de sus seres amados, o que se plantea esta solución para sacarse una responsabilidad de encima con respecto a la atención médica, afectiva y económica que necesita un enfermo o anciano. Nadie puede eludir la cuota que le toca a nivel individual con respecto a su disposición de ser solidario y caritativo con el que sufre y carece de autovalimiento.

Sintéticamente, la cuestión de la eutanasia gira en torno de sí el Estado debiese legitimarla legalmente para eximir de responsabilidad a los que la practiquen, según las más variadas circunstancias y necesidades (que serán determinadas por el poder de turno). Algo así como que el Estado debería legitimar la acción de los verdugos para poner fin a vidas que no merecen vivir, aunque otros grupos hablarán de la baja calidad de vida, de la autonomía de la voluntad o del respeto al deseo del enfermo, pero lo cierto es que no se pronuncia con tanta fuerza ningún movimiento que pretenda defender a ultranza el derecho del enfermo de curarse, o del anciano de vivir hasta el último aliento.

Es evidente que no se pueden tratar estos temas sin tomar una posición claramente definida.

¿Debe el Estado dar asistencia a la gente para poner fin a su vida?.

¿Es el suicidio una cuestión de opción, o de desesperación?

¿Cuánta autonomía hay en aquel que pide morir?

¿Y si sólo sufriera depresión?

¿Qué requerimientos profesionales y técnicos sería necesario atender para establecer la línea de división entre la necesidad de tratamiento psicoterapéutico o la asistencia a morir?

¿Y si el enfermo no quiere tratar médicamente su depresión? ¿Podría ser compulsivo el tratamiento médico?.

¿Pasaría de ser una enfermedad a una causa que autorice al Estado a matar a alguien?.

Esta, y ¿cuántas otras más...?.

Siempre habría alguien diferente del enfermo que tendría que tomar la iniciativa (el verdugo institucionalizado: el Estado a través de quien practique la eutanasia o el suicidio asistido).

Las cartillas médicas clasificarían a los profesionales entre aquellos que practicarían la eutanasia y aquellos que no. Esto mientras tanto se permita la objeción de conciencia y no se torne una práctica obligatoria para los médicos. Y siempre que sean los médicos quienes deban practicarla. Tal vez, podrían hacerlo otros.

De todos modos, nada puede salir peor que la muerte misma, así que no se requerirían calidades especiales en el sujeto que la practique. Tal vez poner una máscara facial y apretar un botón, mientras lee la sección deportiva del periódico...

De algo estoy segura: si al que pide morir se le diera una alternativa para vivir, éste no elegiría morir.

El discurso proeutanasia exalta el poder que le es reconocido a la gente a la autodeterminación sobre sus propios cuerpos.

En la actualidad, la única opción legal para seguir vivo, aún sufriendo dolores intensos e irreversibles, hasta que el cuerpo colapse naturalmente, es no vivir en Columbia, los Países Bajos, Japón u Oregón.

No es casual, que los mismos que luchan contra la despenalización del aborto, combatan la legitimación de la eutanasia. Es que las cuestiones del origen, transmisión, conservación y finalización de la vida, no son cuestiones de opción.

El sexo biológico no es una cuestión de opción, aunque se pretenda darle otra apariencia y asimilarlo a una cuestión de género, o producto cultural.

Tomar posición entre, el origen, transmisión, conservación y finalización de la vida como un don divino, único e irrepetible de cada ser humano y de carácter indisponible y encarar esas mismas cuestiones como cuestiones de opción, es algo que marca exactamente la división entre un discurso pro-vida y otro promotor de la cultura de la muerte, donde la vida humana está al servicio de los más diversos intereses y se pierde toda noción de libertad, porque el hombre pasa a ser disponible para otros, quienes determinan hasta cuándo y en qué condiciones puede vivir.

Frente a estas dos posiciones antagónicas e irreconciliables, cabe examinar la dura situación que están atravesando las organizaciones que promueven y defienden los derechos de grupos discapacitados o que padecen determinadas enfermedades. Prácticamente, más que avanzar, están tratando de evitar caer en la pendiente resbaladiza de la baja calidad de vida (sentencia que parece estar inhibiendo a los seres humanos, de acceder a la satisfacción de las necesidades básicas, y más aún, del derecho de vivir).

En una oportunidad, en la grabación de un programa televisivo donde se trataba el tema de la eutanasia, el conductor con muy mal gusto preguntó a una abogada parapléjica, la Dra. Ester Labatón, que había concurrido en su camilla rodante a dar su testimonio: “¿a Ud. le parece que vale la pena vivir, así como Ud. vive, necesitando siempre de alguien, aún para poder hacer sus necesidades fisiológicas?”.

La mujer, quien había tratado durante toda su vida de vencer sus límites físicos, que había logrado, además, obtener un título universitario y presidía una organización de lucha en defensa de los discapacitados motrices severos, me miró con los ojos llenos de lágrimas y me dijo: “realmente, ¿qué quiso decirme? ¿qué para qué vivo molestando a los demás? ¿qué, porqué, mejor no me mato?”.

Es obvio que algunas personas no pierden nunca la oportunidad de hacer sentir la diferencia: el poder del fuerte sobre el débil e indefenso.

Esa mujer, había hecho lo que muchos, con todas sus aptitudes físicas en forma, no hicieron. Era un ejemplo de superación, de fuerza, de lucha, de ganas de vivir, también de resignación frente a la adversidad. Se podía haber dejado un hermoso mensaje pro-vida de ese programa, pero lamentablemente mucha gente que consume lo que los medios de comunicación ofrecen, adopta generalmente el argumento del que está en perfectas condiciones. Tal vez algún día, la fuerza de las palabras derive de la verdad que hay en ellas, y no de la posición ostentada por quien las dice.

Los grupos que promueven el acceso al suicidio asistido tratan de publicitar casos en los que aparece gente con enfermedades terminales, que padecen un sufrimiento intenso e irreversible, y que lo único que anhelan es poner fin a sus miserables vidas.

Aunque esos casos existan, son una muy pequeña minoría. Muchos pacientes moribundos, que padecen fuertes dolores tienen adecuado acceso a medicina paliativa. Sería importante que el Estado garantizara el acceso igualitario de toda la población a la medicina paliativa. Es más, sería importante que “el acceso a cuidados y medicina paliativa sea instituido como un derecho humano básico universal”.

Aquellos que podrían creer que quieren morir, generalmente son individuos a quienes se los ha convencido que su calidad de vida es nula, o que ya no tienen dignidad porque deben recibir cuidados como un niño, o que deben imponerse ciertos estándares de dignidad para morir. Entre estos individuos, aparecen algunos que padecen Enfermedad de Huntington, Esclerosis múltiple, SIDA, Alzheimer, etc...

También, focalizándose en la Familia, un grupo cristiano con gran protagonismo en las cuestiones sociales, representado por el Dr. Dobson, escribió: "En un margen de un 60-40 porciento, los oregonianos han autorizado a sus doctores a administrar dosis letales de veneno para matar pacientes... Por el momento, si Ud. es anciano o está enfermo, Oregón es el último lugar donde Ud. debería estar”.[2]

El Dr. Abraham Halpern, ex-presidente de la American Association of Psychiatry and the Law, y el Dr. Alfred Freedman, ex-presidente de la American Psychiatric Association, escribieron un artículo en el New York Times [3], diciendo que: “La Oregon’s Death with Dignity Act debería ser rechazada. Genera una pendiente resbaladiza y seguramente resultará en asesinatos indignos e impiadosos”

El problema es que si se permite que algunos enfermos terminales mueran por eventuales leyes que dicten los Estados para matar a aquellos cuya vida no tenga valor, el Dr. Dobson dice: “Estaremos, eventualmente matando a aquellos que no estén enfermos, a aquellos que no pidan morir, a aquellos que son jóvenes pero están deprimidos, a aquellos cuya vida se juzgue de baja calidad, y a aquellos que sientan la obligación de no ser una carga”.[4]

[1].- Kearney, Isis, What does euthanasia mean?, Eng 121-019, http://www.chuckiii.com/Reports/Technology/What_does_euthanasia_mean.shtml, 22-sep-2000.-
[2].- Dobson’s ,James, Dr. Dobson Study, for 1998-jan: http://www.family.org/docstudy/newsletters/a0000580. Html. Focus on the family.-

[3]- HALPERN ,A.L. and FREEDMAN, A.M., Oregon’s suicide law creates a slippery slope, New York Times, New York, NY, 2-nov-1997.-

[4].- DOBSON’S, James, op. cit.-

Dra. Liliana Angela Matozzo

No hay comentarios:

Publicar un comentario